Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
HISTORIA NATURAL Y MORAL DE LAS INDIAS



Comentario

CAPÍTULO XXVIII


De los bailes y fiestas de los indios



Porque es parte de buen gobierno tener la república sus recreaciones y pasatiempos, cuando conviene, es bien digamos algo de lo que cuanto a esto usaron los indios, mayormente los mexicanos. Ningún linaje de hombres que vivan en común, se ha descubierto que no tenga su modo de entretenimiento y recreación, con juegos o bailes, o ejercicios de gusto. En el Pirú vi un género de pelea, hecha en juego, que se encendía con tanta porfía de los bandos, que venía a ser bien peligrosa su puella, que así la llamaban. Vi también mil diferencias de danzas en que imitaban diversos oficios, como de ovejeros, labradores, de pescadores, de monteros; ordinariamente eran todas con sonido, y paso y compás, muy espacioso y flemático. Otras danzas había de enmascarados, que llaman guacones, y las máscaras y su gesto eran del puro demonio. También danzaban unos hombres sobre los hombros de los otros, al modo que en Portugal llevan las pelas, que ellos llaman. De estas danzas, la mayor parte era superstición y género de idolatría, porque así veneraban sus ídolos y guacas; por lo cual han procurado los perlados, evitarles lo más que pueden semejantes danzas, aunque por ser mucha parte de ella pura recreación, les dejan que todavía dancen y bailen a su modo. Tañen diversos instrumentos para estas danzas: unas como flautillas o cañutillos; otros como atambores; otros como caracoles; lo más ordinario es en voz, cantar todos, yendo uno o dos diciendo sus poesías y acudiendo los demás a responder con el pie de la copla. Algunos de estos romances eran muy artificiosos, y contenían historia; otros eran llenos de superstición; otros eran puros disparates. Los nuestros, que andan entre ellos, han probado ponelles las cosas de nuestra santa fe, en su modo de canto, y es cosa grande de provecho que se halla, porque con el gusto del canto y tonada, están días enteros oyendo y repitiendo sin cansarse. También han puesto en su lengua, composiciones y tonadas nuestras, como de octavas, y canciones de romances, de redondillas, y es maravilla cuán bien las toman los indios, y cuánto gustan. Es cierto gran medio este y muy necesario, para esta gente. En el Pirú llamaban estos bailes, comúnmente taqui; en otras provincias de indios se llamaban areytos; en México se dicen mitotes. En ninguna parte hubo tanta curiosidad de juegos y bailes como en la Nueva España, donde hoy día se ven indios volteadores, que admiran, sobre una cuerda; otros sobre un palo alto derecho, puestos de pies, danzan y hacen mil mudanzas; otros con las plantas de los pies, y con las corvas, menean y echan en alto, y revuelven un tronco pesadísimo, que no parece cosa creíble, si no es viéndolo; hacen otras mil pruebas de gran sutileza, en trepar, saltar, voltear, llevar grandísimo peso, sufrir golpes, que bastan a quebrantar hierro, de todo lo cual se ven pruebas harto donosas. Mas el ejercicio de recreación más tenido de los mexicanos, es el solemne mitote, que es un baile que tenían por tan autorizado, que entraban a veces en él los reyes, y no por fuerza como el Rey D. Pedro de Aragón con el Barbero de Valencia. Hacíase este baile o mitote, de ordinario en los patios de los templos y de las casas reales, que eran los más espaciosos. Ponían en medio del patio dos instrumentos: uno de hechura de atambor, y otro de forma de barril, hecho de una pieza, hueco por de dentro y puesto como sobre una figura de hombre o de animal, o de una columna. Estaban ambos templados de suerte que hacían entre sí buena consonancia. Hacían con ellos diversos sones, y eran muchos y varios los cantares; todos iban cantando y bailando al son, con tanto concierto, que no discrepaba el uno del otro, yendo todos a una, así en las voces como en el mover los pies con tal destreza, que era de ver. En estos bailes se hacían dos ruedas de gente: en medio, donde estaban los instrumentos, se ponían los ancianos y señores y gente más grave, y allí cuasi a pie, quedo, bailaban y cantaban. Alrededor de éstos, bien desviados, salían de dos en dos los demás, bailando en coro con más ligereza, y haciendo diversas mudanzas y ciertos saltos a propósito, y entre sí venían a hacer una rueda muy ancha y espaciosa. Sacaban en estos bailes las ropas más preciosas que tenían, y diversas joyas, según que cada uno podía. Tenían en esto, gran punto, y así desde niños se enseñaban a este género de danzas. Aunque muchas de estas danzas se hacían en honra de sus ídolos, pero no era eso de su institución, sino como está dicho, un género de recreación y regocijo para el pueblo, y así no es bien quitárselas a los indios, sino procurar no se mezcle superstición alguna. En Tepotzotlán, que es un pueblo siete leguas de México, vi hacer el baile o mitote que he dicho, en el patio de la iglesia, y me pareció bien ocupar y entretener los indios, días de fiestas, pues tienen necesidad de alguna recreación, y en aquella que es pública y sin perjuicio de nadie, hay menos inconvenientes que en otras que podrían hacer a sus solas, si les quitasen éstas. Y generalmente es digno de admitir que lo que se pudiere dejar a los indios de sus costumbres y usos (no habiendo mezcla de sus errores antiguos), es bien dejallo, y conforme al consejo de San Gregorio Papa, procurar que sus fiestas y regocijos se encaminen al honor de Dios y de los santos cuyas fiestas celebran. Esto podrá bastar, así en común, de los usos y costumbres políticas de los mexicanos, de su origen y acrecentamiento e imperio, porque es negocio más largo y que será de gusto entenderse de raíz, quedará el tratarse para otro libro.